lunes, 10 de diciembre de 2007

Por mano propia

[Breve introducción: una de las prácticas en karate-do consiste en un ejercicio grupal de a cinco, en el que cuatro personas se ubican en cruz y la quinta va al medio. Cada uno de los integrantes, en secuencia circular, simula un ataque al compañero del centro. Después de dos o tres vueltas se alternan los roles, pasando uno de los integrantes de afuera al centro, y así sucesivamente. ]

Corría el año... 1988, creo. Práctica de karate-do, cinco adolescentes. El menor de ellos, al que llamaremos X, era tímido y débil. Otro de ellos, al que llamaremos Y, era arrogante y de contextura maciza. En determinado momento le tocó el turno de pasar al centro a X. Y, sabiéndose mucho más fuerte, le tiraba golpes cerrados, difíciles de parar. De mala leche, nomás. En un momento el compañero de grado superior, Z, indignado, le dijo a Y: "No te abuses...". Y se rió burlonamente. Al terminar el turno de X, fue el turno de Z para pasar al centro. Al enfrentar a Y, este ejecutó un golpe que fue a parar directo al mentón de Z. Y, riéndose, le dijo "¿Viste que con vos también me puedo abusar?". Z lo miró, se quedó en silencio, y siguió la ronda. Cuando volvió a enfrentarse a Y, no lo dudó: le hizo recibir un furioso golpe en dos movimientos que impactó en su cara y pecho, haciéndolo resonar como un tambor. Y sólo atinó a burlarse, tomándose el mentón, poniendo cara de marica y diciendo "Ay...". A Z no le importó. Hizo justicia.

Como buen cagón que soy, siempre tuve miedo a pelear. Pero nunca soporté a los abusadores. Si hubiera podido, no sólo lo golpeaba sino que le hubiera roto la nariz al imbécil ese. Ah, y por cierto: poco tiempo después, y por arrogante, fue expulsado públicamente de la clase.