jueves, 11 de abril de 2013

Visita la habitación de la escritora que no salió de ella durante 25 años

Existen casos célebres de personas que, tanto por decisión propia como por obligación, han tenido que permanecer encerradas en sus respectivas habitaciones durante meses o incluso años.

Casos de obligación como el de Ana Frank, que estuvo casi dos años y medio ocultándose con su familia y cuatro personas más de los nazis en Ámsterdam. Si viajáis a Holanda, no podéis dejar de visitar su habitación, ahora convertida en museo, pues conserva alguno de sus efectos personales, así como su famoso diario, que muchos de nosotros tuvo que leer cuando iba al instituto. Eso sí: preparaos para hacer cola, porque Anna Frank es todo un fenómeno de masas.

Hay también casos como el de las personas que deciden encerrarse en su habitación por propia iniciativa, o impelidos por sus códigos culturales, como los adolescentes japoneses que, superados por las exigencias del sistema educativo en particular, y de la vida nipona en general, deciden no salir más del cuarto, jugando a su consola, con sus tebeos, esperando que sus madres les pasen comida por debajo de la puerta. Este fenómeno incluso tiene nombre: Hikikomori.

Pero si queréis visitar una habitación/claustro/cárcel/concha poco conocida, que fue habitada por una escritora durante nada menos que 25 años… no perdáis la ocasión de viajar a Nueva Inglaterra, concretamente a Amherst.

La escritora a la que me estoy refiriendo es la célebre Emily Dickinson, que, si bien era una escritora sobresaliente, no supo gestionar muy bien sus emociones. Viéndose atormentada por la realidad reinante, la joven Emily decidió aislarse del mundo y encerrarse en su casa, en plan ermitaño.

Permaneció allí dentro durante 25 años, y durante ese tiempo sólo se permitió ver a su familia. Si venía alguna visita, entonces se limitaba a intercambiar algunas frases con ellos, sí, pero siempre desde una habitación vecina, sin interactuar directamente. Como si fuera una persona infectada con un virus que se contagiara a través del aire. O al contrario: como si la humanidad estuviera contagiada y ella quisiera permanecer sana.

Dickinson, al menos, se vestía para estar por casa, pero empezó a hacerlo exclusivamente de blanco: es decir, que allí dentro, siempre reclusa, de un lado para otro vestida de blanco, quizá habría resultado estéticamente parecida a un fantasma. Pero no se dedicaba a asustar al personal, sino a escribir. Escribía de forma obsesiva. Enfermiza. Y, además, no permitía a casi nadie que leyera sus poemas: salvo 5 poemas, tres ellos publicados sin su firma y otro sin que la autora tuviera conocimiento de ello, su voluminosa colección permaneció inédita y oculta hasta después de su muerte.

De esos 25 años de reclusión voluntaria, los últimos 3 años los pasó permanentemente en su habitación. Emily nació en 1830, y murió en 1886.

Ahora, la habitación de Emily puede visitarse en el museo que alberga la casa familiar de Amherst, en Nueva Inglaterra, Massachusetts, en la costa Este de Estados Unidos.